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MUSICAS DE ROMA

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(c) Foto Grupo Confutatis

Músicas de Roma

 

 

Con una ligera brisa canicular volvimos en ferragosto, en esos días en que Roma parece evocar la música de Nino Rota para mayor gloria de Fellini, cuando via Veneto parece recordar los días de Excelsior y Cinzano. Las calles depuran la vista del turismo y arrecian esas chicharras aventinas, que advierten al visitante de la osadía de patearlas, pero el Foro, impertérrito, resiste arcano cualquier envite. Las fuentes alegran con el chisporroteo que tanto gustaba a Adriano, el camino hasta la Conciliación. Tosca reverbera tras los  toscos muros de Sant Angelo, y resuena el eco Tiberino de un eterno Te Deum.

 

Corso y Condotti, que nos dirigen a Spagna, evocan al últimamente ultrajado Carosone, para hacernos recordar al ubicuo Ripley, al que el Minghella, situaba frente a la American Express. Allí cerca, Keats, antes de subir la escalera a Trinitá podía deleitarse con la sonora música de un Ángelus en el atardecer de su vida romántica. Como aquellos afortunados del Grand Tour, que pisaban Navona para evocar los ecos del viejo circo, con sus músicas eternas que alentaban a Domiciano y sus fastos, con el canturreo de algún tartufo que pretende vivir cada minuto como si fuera el último, a fuerza de pisar las piedras que habría clasificado Goethe en una teoría de mil colores. Hay quienes lloran al recordar la música de su primera infancia en las tardes ocres que recuerdan a Amicis, que parecen tener causa en el Panteón, que todo lo absorbe, con su abrumadora ironía, resistente a las músicas cristianas en su esencia pagana.

 

Hay quien asegura que en las tardes más serenas, cerca de la via del Pellegrino, se puede oír el Miserere de Alegri, que Mozart guardó en su cabeza, y también se puede asegurar, sin duda alguna, que nadie pronuncia “Civitavecchia” como Clara.

 

Última actualización el Martes, 28 de Septiembre de 2010 16:07  

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